20 oct 2016

[.En medio de la nada.]

La inmensidad vuelve a hacer de las suyas; me aplasta en un segundo y ya no sé distinguir entre lo propio y lo ajeno; todo se convierte en un extraño vaivén de cosas sin sentido. Nadie dice nada acerca de si mismo, pero hablan sin cesar de todo lo que no conocen en realidad. Lloro por las desagracias ajenas, por personas que no he visto nunca, pero cuya historia me pega en lo más íntimo. Lloro por mis propias desgracias, que vistas desde cierto ángulo parecieran ser ínfimas, pero que para mi son inmensas, no en cantidad, si en el peso de ellas. Camino con algo roto dentro de mí, como tántos otros en ésta inmensa ciudad que se ha vuelto de todos y de nadie, camino como todos los otros llevando una pena (o varias) a cuestas que no lograremos confesar jamás y qué creemos que a nadie importa -además-. La inmensidad -de la vida, de la muerte, de la ciudad, la soledad, ....- nos devora una vez más; somos como entes sin sentido que vagan de aquí y allá sin reconocerse como propios o ajenos.


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